El final
El tiempo ha concluido. Ha llegado el
final. La Humanidad ha desaparecido o, mejor dicho, desaparecerá dentro de 150
años. Sí, estuvimos allí, era desolador, sentías como si el silencio te
mordiese, un escalofriante vacío lo cubría todo, la Humanidad había
desaparecido y nosotros estábamos en peligro, expuestos al virus mortal que
acabó con ella. Realmente no sabíamos si el virus había sobrevivido a las
catástrofes que se sucedieron tras su aparición, por eso no podíamos volver
hasta asegurarnos que se había extinguido en su último huésped.
Da
igual lo que hagas, es lo mismo, aquel día el mundo dejará de ser como lo
conocemos ahora, ya no habrá seres humanos sobre la faz de la Tierra. Es una
cruel ironía que el hombre, tan soberbio, tan envanecido de su poder, tan
engreído, tan estúpidamente convencido de su inmortalidad que siempre pensó que
sólo él podía autodestruirse, que sólo él podía poner fin a su existencia como
Humanidad destruyéndolo todo, haya sido exterminado por un organismo microscópico
que, finalmente, no lo ha sobrevivido.
Ahora
la Tierra, en su rutinaria órbita, espera una nueva semilla de inteligencia que
la fecunde.
Recorrimos
los campos yermos, abandonados, las ciudades huecas, solitarias, comidas por la
vegetación, en manos de la naturaleza a la que volvían sin remedio hasta
desaparecer. ¿Cómo era posible? No encontramos absolutamente a nadie. Visitamos
lugares distantes, climas diferentes, espacios aislados, islas apartadas, nada,
nada, nada, nadie.
Fuimos
recopilando información sobre lo sucedido, aquí y allá había restos de
noticias, investigaciones apresuradas, debió ser terrible, hubo de ser muy
rápido, antes que muchos llegaran a asustarse ya no hubo remedio. Es lo que nos
espera, ese es nuestro futuro, desapareceremos: ¿qué quedará?, ¿para quién?
Tuve
que ver ese futuro negro y amargo para comprender que nuestro mayor tesoro son
nuestros hijos, ellos son la garantía de que el testigo ha sido entregado y
continuará su camino ¿hasta cuándo? Nuestra vida cobra un nuevo sentido cuando
la hacemos partícipe de la vida de la humanidad, cuando la fundimos con la de
todos los hombres pasados, presentes y futuros. Al ver aquel vacío, aquella
ausencia de seres humanos yo sentía que era algo mío lo que había sido
destruido, que aquellos hombres, desaparecidos, tenían que ver conmigo.
Al
atardecer, cuando el sol se ponía sobre aquella misma Tierra de siempre pero
sin gente, al venir la noche, no podía contener las lágrimas y experimentar una
angustia sin igual, una angustia tan profundísima que era necesario que mis
compañeros en aquel trance me consolaran y ayudaran.
Una vez
de vuelta la tarea sería inmensa. Habría que convencer a todos de que era
imprescindible poner manos a la obra y encontrar una solución antes de que el
mal llegara, para vencerlo, para evitar la total aniquilación. Sólo la
esperanza de no ver cumplido lo que habíamos visto nos movía con una inusitada
fuerza a exponer, incansables, el resultado de lo que habíamos vivido tan
descarnadamente.
Hay
siempre una parte de mí que se rebela contra la realidad, que no puede pasar
sin más por el escenario de la vida. He de actuar. Por eso tomé la iniciativa y
comencé este peregrinaje.
Todos
los aquí presentes estamos al tanto de los últimos progresos y somos
conscientes de lo lejos que estamos de encontrar una solución. Esta sala, en la
que ahora respiramos unos cientos de personas, estará vacía entonces, no habrá
nadie para explicar nada, no habrá nadie para preguntarse nada, no habrá nadie,
no quedará nadie. El sol seguirá colándose por esas ventanas grandes, la madera
del suelo dejará pasar entre sus juntas a la vegetación, que se adueñará de
todo.
Mientras
estuvimos allí, los amaneceres se cargaban de esperanzas: quizás hoy, quizás
encontremos a alguien que, escondido, apartado, haya conservado la vida. Es
posible que hubiera alguien que fuera inmune al mal que nos destruyó. Habían
pasado semanas y nosotros no fuimos víctimas. Aunque al principio pensamos que
nunca volveríamos, con el tiempo tomó en nuestra mente forma la idea de que era
necesario volver para advertir a todos de nuestro fatal destino común.
El caso
es que el aire estaba más limpio, las aguas de los ríos estaban más limpias,
las nubes eran más blancas, el cielo más azul, todo parecía nuevo, y al mismo tiempo
roto, envejecido, abandonado, listo para ser devuelto a la vida con el
esfuerzo, con el sudor y la inteligencia humanos.
En
algunos momentos me han abandonado las fuerzas para vivir, para respirar, me
ahogaba, me asfixiaba, me consumía violentamente al pensar en el vacío que se
abría a mis ojos, en el abismo que inundaba mi entendimiento, en el abandono
que se apoderaba de mi alma. Sólo podía sentir desesperación mientras recordaba
todo aquello repleto de vidas en un frenético ir y venir sin descanso, en un
incesante avanzar sin saber a dónde, sin conocer la verdad, sin alcanzar a
adivinar la destrucción, el exterminio más definitivo. Creo que perdí la
cordura para siempre. Algo quebró irreparablemente entonces y permanecerá roto
hasta el final, hasta mi final, aunque ahora viva como si no hubiera sido así,
como si siguiera manteniéndome sereno. Pero no es así, estoy desesperado.
A la
vuelta, cabizbajo, deprimido, anulado, alienado por mí mismo, se cruzó con mi
mirada la sonrisa de un niño. No pude contener las lágrimas. Lo abracé y
mientras mis labios eran humedecidos por mis ojos formaron el arco de una débil
pero esperanzadora mueca que reflejó burdamente lo que había visto en la cara
de aquél pequeño.
He
levantado la vista para ver quién hay en esta sala, escuchándome: sólo estabas
tú, todos se habían ido. Los dos nos miramos, yo, sorprendido, tú sin entender
una palabra, querías creer, pero es tan difícil imaginar lo que te relato, es
tan difícil recibir la noticia del Fin. ¿Dónde están todos? Ni tú ni yo lo
sabemos. Sí, ya he comprendido que no conseguiré convencer a nadie de lo que se
me ha concedido conocer. Es posible que... pero no...
La contaminación
asfixió las ciudades, y sus habitantes, enfermos, desesperados, las abandonaron
para siempre, dejando tras de sí parte de su historia, parte de sus vidas,
parte de ellos mismos, parte de nosotros, parte de todos los hombres, parte de
su humanidad. Cuando subo a la montaña cercana, veo mi ciudad enterrada bajo
una nube negra de humo insano. Se está destruyendo el lugar donde vivimos en
nombre del progreso, en nombre del “bienestar social”, en nombre de la soberbia
del hombre diría yo. Estamos equivocados, este camino sólo conduce a la
destrucción, a la aniquilación. Estamos equivocados, esto no es progresar, es
destruir, autodestruirse.
Es el
momento de la Nueva REVOLUCIÓN, un nuevo ideal nace para el ser humano. Es
necesario romper la cadena del consumo. ¿Cómo hacerlo? Sólo quedamos tú y yo
para empezar esta nueva lucha y aunque estás escuchando mi pensamiento, ahora
no puedes verme. Yo tampoco te veo, pero sueño con que un día estarás ahí,
leyendo estas páginas y entonces iremos juntos un poco más allá.
En su
frenesí absurdo, el hombre pretende exportar a otros hombres su
autodestrucción. ¡Llevemos el progreso a los países subdesarrollados!, llenemos
de vehículos sus carreteras que construiremos talando sus bosques, quemando sus
pastos, llenemos del “sagrado humo” de los tubos de escape el aire limpio de
las selvas vírgenes, para que los pueblos alcancen el “bienestar social”. ¿Quieren
en todas partes nuestro bienestar social? Creo que no. O quizás sí y yo esté
equivocado. ¿Tú qué piensas Amigo? Es cuestión de punto de vista. Es cuestión
de perspectiva. Abre esta noche tu ventana, mira la oscuridad, intenta ver las
estrellas: ¡tú y yo y todos, vivimos ahí, dando vueltas alrededor de una
estrella, que gira con otras en una galaxia perdida entre otros cientos de
miles de millones de galaxias! Estamos aquí, solos. Es algo asombroso,
increíble. Y si no ponemos remedio habremos pasado por el universo como un
soplo ínfimo, casi sin dejar huella. Mira otra vez a las estrellas, obliga a tu
mente a intentar comprender su tamaño, su grandiosidad, su majestad. Pasamos
por la vida apenas sin fijarnos en lo que somos, dónde estamos, como nuestra
casa común, la Tierra, gira y gira sin cesar. Sí, lo sabemos, lo hemos
estudiado, lo hemos visto en la televisión, nos lo han explicado, pero
normalmente no pensamos en ello. Lo peor es que no lo tenemos en cuenta a la
hora de tomar las decisiones importantes de nuestra pequeña e insignificante
vida.
Hoy he
mirado las estrellas en la noche. Los grillos interpretaban su sinfonía. Los
aviones hacían parpadear sus luces por todas partes, por encima del estallido
de luz artificial que forman las ciudades y las carreteras que, iluminadas, las
unen. Claro que los aviones están más cerca que las estrellas. Cientos, miles,
millones de años a la velocidad de la luz. Es posible que algunas de las
estrellas que vemos en el cielo de hoy, ya no existan allí dónde estuvieron
cuando nos enviaron su luz. Se ven también luces de vehículos a toda velocidad,
de acá para allá, una y otra vez lo mismo, un ruido infernal, es el altar de
los sacrificios, allí somos inmolados al nuevo dios “bienestar social”,
entregando nuestras vidas a ese azar que no es tal. Cientos de miles de muertos
cada año, sobre el asfalto, entre los hierros. Pero las estrellas siguen ahí,
por ahora. Los grillos cantan en la oscuridad hoy. Los pájaros se oirán mañana
desde el amanecer, con sus voces diversas, por ahora.
Los lugares son los mismos, los grillos
son los mismos, pero ahora no hay aviones ni vehículos, no hay humo ni
contaminación, no hay nadie, excepto los que hemos venido aquí, desde allí. ¿Podremos
volver algún día? Me pregunto si tiene sentido volver, me pregunto si desde
allí podremos cambiar esto, me pregunto si la inercia de la humanidad es
susceptible de ser reconducida y, en ese caso, me pregunto si podremos hacerlo
los que, por haber llegado hasta aquí,
sabemos la verdad.
Hoy han vuelto los compañeros que han
explorado la zona oeste: nada, todos han muerto, todos murieron,
desaparecieron.
En una de nuestras exploraciones
encontramos indicios de algo asombroso. A pesar del poco tiempo que parece que
tuvieron, se multiplicaron los esfuerzos, los proyectos, las ideas. La
necesidad de ESCAPAR se hizo irrefrenable y se sucedieron intentos de salir de
nuestra Tierra, al espacio, de alguna manera. Pero era inútil, el mal estaba
extendido, iba con el ser humano allá donde quisiera escapar.
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