Los oscuros nubarrones grises cubren el cielo. La tierra,
bajo ellos, se ennegrece, convirtiéndose en una impenetrable selva de sombras
amenazadoras y mudables que acechan en paredes y suelos, en calles, esquinas,
edificios, ruinas;
Humanos que pasan, casi inadvertidos. Es difícil distinguir
los cuerpos de sus sombras proyectadas en mil formas siniestras que fluctúan
con el ritmo de las luces mortecinas de viejas farolas rotas. Oh! Angustia y
miedo, terror, horror, pena y dolor: ¿qué reclamáis ahora?
Tus lágrimas de fuego, para quemar recuerdos en la hoguera
incombustible de la soledad eterna.
He agotado hace tiempo mis lágrimas de fuego. Me restan
solamente unas gotas de ceniza y polvo del camino: eso es lo que ya puedo
llorar, ceniza y polvo.
Pero si tú me prestaras la sonrisa, una estrella de fuego y
alegría brillaría, por un instante inmenso en mis mejillas.
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